20 oct 2010

Ni sillas azules.



Novela.
80 páginas, 12 x 18.

Reseña en la revista No-Retornable (clik aquí)
Comentario del Blog Resistirse es fútil: (acá)

Sabemos que Helena espera un transbordo en el aeropuerto internacional de Santiago de Chile. Sabemos que once horas son casi un día. Pero el tiempo y el espacio son parámetros demasiado frágiles para sostenernos de este lado de las cosas. Entonces, nos perdemos con nuestra protagonista. Lo que era acá, ahora es hace un rato en otro país. Lo que fue el pasado, mañana cabe en este tupper.
Así nos lleva Bruzzese por esta, su primera novela después de tres libros de poesía: confundidos en la enormidad de lo posible, que siempre es también otra cosa, para terminar descubriéndonos, igual que Helena: habitantes de un cuerpo en expansión.

A.H.

Fragmentos:

Está parada junto al gran ventanal, mirando hacia afuera, y ahí quiere estar, con los antebrazos apoyados en la barandilla.
Se ve a si misma nadando entre las nubes. Una enorme Helena surcando el cielo con un croll perfecto. Tiene puesta una maya enteriza de nadadora y un gorro de baño le cubre la cabeza, las orejas.
Se ve a si misma nadando de un extremo al otro del cielo nublado que cubre el aeropuerto internacional de Santiago de Chile. Se ve llegando hasta un extremo del cielo y luego dar la vuelta, impulsándose con las piernas, surcando nuevamente el cielo encapotado.


**

Baja del avión y va hacia la sala de espera pensando que once horas es casi un día.
Llega hasta el final del corredor y ve los asientos azules, la máquina de café, los ventanales espejados. Se acerca a la ventana para mirar hacia la pista. El avión que acababa de dejar tiene ahora su bodega abierta, y los empleados del aeropuerto internacional de Santiago de Chile se arrojan entre sí las valijas. Cada operario de rampa se ubica a una distancia similar del siguiente, de modo que las valijas quedaban suspendidas en el aire apenas unos segundos.
Observa las valijas brotar de esa montaña informe en la bodega del airbus 318 de Lan Chile, y ve cómo van pasando de los brazos al aire, del aire a los brazos, hasta que cada una llega al carro de transporte. No deja de mirar en esa dirección siquiera cuando se acerca a la máquina de café, pone en ella monedas, y marca las opciones necesarias para que la máquina le devuelva un café sólo, y sin azúcar. Sigue observando ahora, que sostiene en su mano la taza de café, que el carro de las valijas vuelve a vaciarse para llenar el depósito de otro avión.
Ve, detrás del humo del café y las luces que se reflejan en el vidrio, cómo se llena de a poco el depósito del airbus 340. Ve a un operario, con su mameluco azul, con sus zapatos negros, secarse con la manga la transpiración de la frente. Se queda allí, detenida, mirando, hasta que la última valija pasa por las manos de cada uno de los seis empleados del aeropuerto internacional de Santiago de Chile, y es depositada junto a las demás en la bodega del otro avión.
La puerta se cierra y ella cree poder escuchar el sonido del sistema neumático. Ve a todos los empleados subirse en el carro donde antes viajaron las valijas y perderse tras la línea de visibilidad, desapareciendo para siempre.

Detrás, las luces de colores parpadeando y el sol, que casi se ha ido.


**

Helena está, ahora, sentada en su silla azul, y piensa en la azafata que acaba de irse hacia el baño. Piensa en la parte blanca de su piel que ha visto al entreabrirse su camisa, piensa en el fragmento blanco del seno derecho de la azafata y cierra los ojos. Cierra los ojos y apoya la cabeza contra las rodillas, que ha levantado una vez más a la altura de su pecho, poniendo los pies sobre la silla. Cierra los ojos y de nuevo las imágenes comienzan a tomar cuerpo en su imaginación. Vé cómo su mano se ahueca para cobijar entero el seno derecho de la azafata. Ve su boca acercándose al pezón rosado, mientras aprieta suavemente el otro pecho, con la otra mano. Imagina que ambas están desnudas en el baño, en el mismo lugar donde se encontraron por primera vez, y que ella se sacude y gime cuando Helena roza con su lengua el pezón erecto, aferrando los labios al blanco y delicado pecho. Con la otra mano le acaricia la cintura y la espalda. La azafata le aprieta la nuca, irritándole levemente la piel, mientras culebrea por el placer de la succión. Mueve sus labios y su lengua suavemente de un lado a otro del seno derecho de la azafata, hasta que se acomoda frente a ella y comienza a lamer el pezón del seno izquierdo, a acariciarle la panza con la yema de los dedos, bajando cada vez más, hasta el clítoris. Está sintiendo la piel jugosa de la vagina en la punta de los dedos, cuando levanta la cabeza porque oye los pasos de la azafata que ahora va hacia el otro lado, con la mirada perdida en el final del pasillo.





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